Sunday, November 27, 2016

Romero fue ‘Reflexivo, cauteloso, no un improvisado’—Benjamín Cuellar



AÑO JUBILAR por el CENTENARIO del BEATO ROMERO, 2016 — 2017


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#BeatoRomero #Beatificación
En una entrevista con la revista cibernética EL FARO, el Col. Adolfo Majano, líder golpista salvadoreño en 1979, acusa al Beato Óscar Romero de ser desequilibrado, improcedente y hasta irresponsable en sus actuaciones.  Monseñor Romero cometió muchas imprudencias temerarias, estaba toreando el toro a cada rato”, asevera Majano en su polémica entrevista.  El discurso en el que monseñor Romero gritó ‘¡Cese la represión!’ fue una estupidez”.
Con la facilitación de Paulita Pike y Cultura Romeriana, Súper Martirio ha consultado el tema al Dr. Benjamín Cuellar, el destacado abogado salvadoreño, hasta hace poco director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (la “UCA”), defensor y experto en derechos humanos y en las estrategias de promoción y activismo en la materia, quien convalida rotundamente la actuación de Mons. Romero y desvirtúa las conclusiones de Majano.
Las aseveraciones del exmilitar son notables porque arremeten contra un punto ya investigado y ya resuelto por la iglesia—la virtud teológica de la “prudencia”.  El resumen legal y teológico de la causa de beatificación de Romero («Positio Super Martyrio») concluye que Romero ejemplificó la prudencia, y señala como evidencia: (1) que Romero evitó la trampa de la falsa prudencia que podría haberlo llevado a no hacer nada; (2) que Romero consultaba ampliamente sus decisiones antes de tomarlas y que jamás adoptó decisiones precipitadas; (3) que Romero era un hombre de profunda oración, que meditaba y rezaba extensivamente antes de tomar decisión; (4) que Romero se nutría constantemente de la doctrina social de la iglesia y el magisterio de los papas para fundamentar su actuación; (5) y que Romero mantenía siempre en equilibrio el bien de la Iglesia con el bien común del Pueblo. Todo esto parece ser ignorado o desestimado en las valoraciones de Majano que se declara “un buen católico” en la entrevista.  En cambio, el Dr. Cuellar, por su parte, reivindica la prudencia del Beato Romero.

Súper Martirio. Usted como experto en jurisprudencia, y de derechos humanos, ¿Qué tan bien calibradas ve las intervenciones de Mons. Romero ante los abusos y atropellos que le tocó denunciar?

Benjamín Cuellar: El hoy beato Óscar Romero, aunque eso moleste a más de alguna persona, no inventó hechos atroces ni fue un improvisado en su denuncia profética. Tras tomar posesión como arzobispo de San Salvador el jueves 3 de febrero de 1977, casi de inmediato tuvo que encarar un terrible hecho: veinticinco días después las fuerzas represivas del régimen atacaron, en horas de la madrugada del lunes 28, a la multitud concentrada frente a la Iglesia del Rosario que protestaba por el escandaloso fraude consumado durante las recién realizadas elecciones presidenciales.

Alrededor de cincuenta víctimas mortales quedaron tendidas en el suelo ensangrentado de la plaza que, acto seguido, fue lavado con el agua escupida por las mangueras de los bomberos. Pero el fuego ya estaba encendido y el inicio del incendio en El Salvador ya se veía venir. Romero hizo todo lo que pudo por evitarlo, siendo el máximo jerarca católico del país; pero ese esfuerzo realizado en la arquidiócesis metropolitana, tiene algunos antecedentes.

De su voz viva, coherente y valerosa desde cuando era conocido y querido simplemente en como “el padre Romero”, existen registros. Siendo secretario de la diócesis de San Miguel, entre 1961 y 1967, también fue director y editorialista del semanario “Chaparrastique”. Ilustra su sentir y pensar críticos ante la realidad nacional de esos años, el texto que publicó el 7 de septiembre de 1962 y tituló así: “¿Cuál Patria?”

“¿La que sirven nuestros gobiernos –se preguntaba el entonces sacerdote– no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de esa historia cochina de liberalismo y masonería cuyos propósitos son embrutecer el pueblo para maniobrarlo a su capricho? ¿La de las riquezas pésimamente distribuidas en que una ‘brutal’ desigualdad social hace sentirse arrimados y extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio suelo?”. Así hablaba quien, diecisiete años y medio después, sería inmolado por los intolerantes poderes que denunció muchos años antes de su martirio.

El 8 de marzo de 1964 hubo elecciones legislativas y municipales en el país. De cara a las mismas, Romero denunció días antes lo que –igual que el texto anterior– podría retomarse en estos días por su actualidad.

“Se ha difamado sin miramientos –afirmó el cura–, hemos visto casos sorprendentes de cambios de opinión política, se cambia de partido como se cambia de camisa... Por conveniencia, no por convicción, se han traicionado amistades que se creían irrompibles, […] desde la radio se ha jugado con la opinión por fuerza del mal hábito de ciertos locutores a quienes lo que interesa es el dinero y no la opinión […] La política es una pasión creada por Dios para facilitar y enardecer a los hombres en el servicio de la Patria. Pero como todas las pasiones es una espada de doble filo; si no se esgrime en servicio del pueblo, destroza honores comenzando por el propio del que la maneja. […]”

Por censuras similares, el Gobierno ya lo había cuestionado. En concreto, el ministro del Interior que era el coronel Fidel Sánchez Hernández –después fue presidente– le reclamó  al obispo migueleño por la intromisión de su subalterno en política. En respuesta, monseñor Miguel Ángel Machado y Escobar respaldó a Romero asegurando que ciertamente había “hablado de política, pero en cumplimiento del deber de la Iglesia de orientar la conciencia del pueblo acerca de sus deberes de ejercer su acción política, conforme a su conciencia y no por momentáneas conveniencias demagógicas”.

El 5 de junio, también de 1964, Romero publicó su respuesta a quienes veían la fe cristiana como una evasión de la realidad terrenal. “La religión –escribió– eleva a los cristianos no haciéndoles escapar a los problemas que tienen aquí abajo, sino haciéndoles capaces espiritual y humanamente de enfrentarse con ellos y transformarlos. Como cristianos nuestra mejor adhesión a Dios debe hacernos ser fieles a lo real de este mundo, porque es necesario ser fiel a lo real para ser fiel a la gracia. Es necesario construir la comunidad. No hay que poner a Dios al lado de lo real y fuera de este mundo, ya que amar a Dios es amar todo lo que él nos ha dado. Amar a Dios verdaderamente, es amar en Él a todos nuestros hermanos”. Como arzobispo, todo eso lo resumió en su divisa: “Sentir con la Iglesia”.

Tras la masacre del 28 de febrero, al siguiente día se reunió con el clero al que monseñor propuso crear grupos de reflexión sobre la realidad nacional. Catorce en total; uno por cada departamento del país. El sentir general era el de que la Iglesia no debería callar frente a los acontecimientos. Reflexivo y cauteloso como era, Romero estuvo de acuerdo y pidió ayuda pues ‒según dijo‒ él solo no podía enfrentar lo que estaba ocurriendo.

SM. En una entrevista la semana pasada, el Col. Adolfo Majano asevera que Romero era más suave ante los abusos de la izquierda que con los de la derecha.  ¿Comparte Ud. ese criterio?

BC: Conociendo esos antecedentes y su tendencia a consultar, no es posible aceptar que venga alguien a descalificar la denuncia profética del beato tachándola de parcial, desequilibrada; menos quien antes de tratarlo unas pocas veces en unos pocos meses, no lo conoció antes ni dijo nada al respecto inmediatamente después del martirio.

SM. Majano también propone que Romero tenía una especie de deathwish, o sea un mórbido deseo de encontrar la auto-inmolación o la muerte.  Usted, ha estudiado a Romero, ¿verdad?  ¿Cree Ud. que Romero estaba deprimido o que andaba buscando una manera de acabar su propia vida?

BC: ¡Claro que no! Romero sabía que tenía que vivir. Por eso, el cierre de su de su homilía del 23 de marzo lo dejó preocupado por la fuerza del mismo y las cóleras que podía generar. Sabía que debía seguir viviendo, para seguir defendiendo a su pueblo con su palabra esclarecida y escuchada nacional e internacionalmente. Y sabía que su martirio iba a hacer sufrir aún más a ese su pueblo, por tres razones principales.

La primera, por lo antes dicho: era la voz que denunciaba las atrocidades, en defensa de los sin voz que las sufrían. Su muerte a manos de las fuerzas más oscuras y sanguinarias de El Salvador también le debía preocupar, en segundo término, pues sería el banderillazo de salida del país hacia el precipicio: si se atrevían a ordenar y ejecutar su magnicidio, nadie estaría seguro en adelante y se avanzaría aceleradamente y sin retorno hacia la guerra. Finalmente, ese hecho fatal le causaría un profundo dolor a quienes veían en su figura a alguien que se atrevía a enfrentar al mal y a buscar una esperanzadora salida al conflicto.

Estar dispuesto a entregar su vida por su pueblo, nadie debería atreverse a interpretar como una vocación suicida. Era el compromiso y la valentía que algunos, teniendo la oportunidad de comprometerse y ser valientes para cambiar el rumbo del país, no la aprovecharon.

SM.¿Cuáles eran las verdaderas motivaciones de Romero?

BC: Qué mejor que sea él mismo quien responda esta pregunta. En la homilía del 1 de septiembre de 1978, pidió perdón a la comunidad por aquellas ocasiones en las que no desempeñó ‒según él‒ su papel de obispo: ser su servidor. Por eso dijo: “No soy un jefe, no soy un mandamás, no soy una autoridad que se impone. Quiero ser el servidor de Dios y de ustedes”.

“Me duele esa calumnia ‒expresó el 16 de octubre de 1977‒ cuando dicen que yo quiero ser obispo solo de una clase y desprecio a otra clase. No hermanos. Trato de tener un corazón ancho como el de Cristo, imitarlo en algo para llamar a todos a esta palabra que salva para que todos nos convirtamos, yo el primero, nos convirtamos a esta palabra que exhorta, que anima, que eleva”.

“Ahora ‒dejó claro el 28 de agosto de 1977‒ la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza... Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza”.

Eran esas tres, a mi modo de ver, sus principales motivaciones: servicio sin distinción ni ataduras.

SM.¿Qué tan bien fundamentadas estaban las acusaciones puntuales que hacía Romero?

BC: Mi hermano Roberto Cuéllar, fundador en 1975 del Socorro Jurídico Cristiano y primer director del mismo, es el más indicado para describir la visión y el trabajo impulsado por monseñor en defensa de los derechos humanos. De uno de sus textos, vale la pena rescatar el que aparece a continuación. 

Urgido ante la violencia, el arzobispo fijó sus prioridades y las enfocó en el marco estratégico de su orientación pastoral hacia la justicia estructural y, posteriormente, hacia la defensa de los derechos humanos como política sustentada en cuatro postulados:

a.         Examen y análisis de los hechos y de la realidad.
b.         Examen y análisis del derecho vulnerado y de la Constitución Política.
c.         Agotamiento de los recursos legales y del diálogo, como parte de una solución justa.
d.         Denuncias que no podían desmentir ni el Gobierno ni el sistema formal de justicia por estar fundadas sobre todo en testimonios protocolizados de las víctimas y en investigaciones escrupulosas, rigurosas y hechas dentro de un marco legal arbitrario y parcializado, pero que debía ser utilizado para demostrar lo magro e ineficaz de sus “remedios”.

SM. Mons. Romero, ¿tomaba en serio las consecuencias de hacer una denuncia o no hacerla, incluyendo las reacciones de los grupos armados y el ejército?

BC: Yo entendería que sí. Su “oficio” y cómo lo cumplía, los definió el 20 de agosto de 1978: “(E)studio la palabra de Dios que se va a leer el domingo; miro a mi alrededor, a mi pueblo; lo ilumino con esta palabra y saco una síntesis para podérsela transmitir, y hacerlo ‒a este pueblo‒ luz del mundo para que se deje guiar por los criterios, no de las idolatrías de la tierra. Y por eso, naturalmente, que los ídolos de la tierra sienten un estorbo en esta palabra y les interesaría mucho que la destituyeran, que la callaran, que la mataran. Suceda lo que Dios quiera, pero su palabra ‒decía san Pablo‒ no está amarrada”.

“La Iglesia ‒había expresado antes, el 21 de agosto de 1977‒ está puesta para convertir a los hombres, no para decirles que está bien todo lo que hacen. Y por eso, naturalmente, cae mal. Todo aquel que nos corrige, nos cae mal. Yo sé que he caído mal a mucha gente, pero sé que he caído muy bien a todos aquellos que buscan sinceramente la conversión de la Iglesia”.

Romero, pues, estaba consciente de esa realidad. Se preparaba, observaba, orientaba y denunciaba a sabiendas del riesgo que corría: como no lo podrían callar quienes se sentían interpelados por su palabra fundamentada, dura y certera, debía estar claro que eso le elevaría aún más el nivel de dicho riesgo en el que vivía permanentemente. Sin embargo, no dejaría de denunciar las injusticias sociales y las violaciones de derechos humanos, independientemente de quien las cometiera.

Otros hubiesen preferido quedar bien con las minorías privilegiadas y, por tanto, vivir materialmente bien. Pero él no; él prefirió caerle bien, muy bien, a las mayorías populares que eran las que estaban empujando a la Iglesia a convertirse en lo que siempre debió ser: sal de la tierra. Si hubiera omitido denunciar lo que debía denunciar, le habría caído bien a las primeras pero mal a las segundas. Por ello, contó el 29 de mayo de 1977 este buen pastor, un campesino le dijo: “Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con sal, si la mano está sana no le sucede nada; pero si tiene una heridita, ¡ay!, ahí le duele”. “La Iglesia ‒continuó Romero‒ es la sal del mundo y, naturalmente, que donde hay heridas tiene que arder esa sal”.

SM. Conociendo Usted muchos de los casos específicos que Mons. Romero denunció, ¿Cree que tuvo algún sesgo, parcialidad o motivación política para hacer esas denuncias?

BC: Considero que esta pregunta está más que respondida con todo lo dicho previamente.

SM.¿Quiénes eran las personas cercanas a Romero, y que tanta influencia o injerencia tuvieron en su accionar ante estas situaciones?

BC: Honestamente, de su círculo cercano solo conozco a una persona muy cercana a mí: mi hermano Roberto. El mencionado Socorro Jurídico Cristiano era un pequeño bufete integrado por un reducido grupo de profesionales, jóvenes los más, y aspirantes a serlo. Como apunté antes, Roberto fue su fundador en 1975 y el rector del colegio de la Compañía de Jesús le abrió sus puertas a esta iniciativa. Este último murió ejecutado por el ejército gubernamental el 16 de noviembre de 1989 y fue quien, además, impulsó la creación del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (IDHUCA), en 1985; yo asumí como director del IDHUCA en enero de 1992 y estuve en el cargo hasta enero del 2014. 

El primer día que monseñor Romero grabó su Diario, porque no lo escribió sino que lo fue armando dictándole con un micrófono al aparato, dejó registrado lo siguiente:

“La reunión más importante de este día fue la que se tuvo con abogados y estudiantes de Derecho convocados para proponerles las dificultades con que la Iglesia tropieza al pedírsele una ayuda jurídica, legal, en tantos casos de atropellos de los derechos humanos.

Tenemos una pequeña oficina que funciona en el Externado San José con el nombre de Socorro Jurídico, pero es impotente para tanto caso que llega de distintos órdenes. Y al mismo tiempo se les sugería organizarse en forma permanente como un equipo honrado de abogados y de estudiantes de Derecho a los cuales pudiera acudir la Iglesia en consulta, de aspecto jurídico.

La invitación fue acogida con verdadero entusiasmo porque llegaron cerca de veinte personas […] Si se quiere tener el nombre puede preguntársele al Dr. o Br. Roberto Cuéllar, del Socorro Jurídico, él tiene la lista de las personas invitadas y que asistieron.

Entre las cosas concretas que se propusieron con entusiasmo fue la de pedir la Amnistía para los que han sido capturados con motivo de los acontecimientos de San Pedro Perulapán. Y la próxima semana se presentará a la Asamblea una petición en este sentido, pidiendo la Amnistía. También fue acogida la idea de presentar ayuda al Socorro Jurídico y se le encargó al Socorro Jurídico recoger los casos necesitados y enviarlos a los abogados aquí presentes que se ofrecieron a prestar esta ayuda en sus propios bufetes, mientras se tratara de cosas ordinarias y también acudir, cuando fuera necesario, a un trabajo corporativo.

También se propuso la idea de organizarse como asociación de abogados, y a la que se podían inscribir otros no invitados o de otras partes, a fin de crear un cuerpo consultivo como lo había pedido la Iglesia en sus dificultades de carácter jurídico. Se sugirió también el reunirse periódicamente para tratar estos asuntos”.

Queda claro con lo anterior, el rol que jugó este grupo de profesionales del Derecho: consulta, asesoría, representación legal… Pero la inspiración, el arrojo y la pasión venían de Romero y contagiaba al personal del Socorro. 

En varias ocasiones he escuchado a Roberto contar cuando Romero denunció la corrupción del sistema judicial y planteó puntualmente que algunos jueces se vendían. La Corte Suprema de Justicia pretendió ponerlo a prueba y lo emplazó públicamente para que diera nombres y apellidos de dichos funcionarios deshonestos. La víspera de la homilía del 14 de mayo de 1978, en una reunión ampliada en la que participaron integrantes del Socorro Jurídico Cristiano y algunos sacerdotes cercanos al arzobispo, se discutió e intentó darle sólidos argumentos jurídicos para su “defensa”.

Pero el beato, más bien, contraatacó. Dejó de lado las formulaciones que le recomendaron y le respondió a la Corte diciendo que su intención era denunciar injusticias e inmoralidades, demandar cambios normativos para corregir las actitudes venales entre la judicatura y poner por encima los derechos de las mayorías pobres y de las víctimas. Lo hizo, así, con el firme ánimo de corregir el oprobio judicial y dejó callada a la Corte. Esa situación vivida retrata algo vital: lo legal no siempre va de la mano con lo justo; pueden chocar o, aunque no sea así, lo segundo puede tener más fuerza que lo primero. De ahí que en esos choques la inspiración cristiana de Romero superara, incluso, al conocimiento profesional de sus asesores.

El también jesuita y teólogo, Jon Sobrino, quien mantuvo cierta cercanía con el arzobispo, sostiene que este “en sus homilías mencionó cuantitativamente todas las víctimas de la semana y, cuando tenía noticias, mencionaba quienes fueron los criminales, las circunstancias precisas en las que ocurrieron los hechos y mencionaba a los familiares de las víctimas”. Finalmente, Ignacio Ellacuría ‒el rector mártir de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) fue contundente: “Con monseñor Romero ‒afirmó‒ Dios pasó por El Salvador”. Ambos lo apoyaron y eso opinaron del mártir tras su sacrificio.

SM.¿Usted ha estudiado archivos originales, por ejemplo los diarios de Romero?  ¿Hay partes ocultas de estos que retienen hechos incómodos o que desfavorecen a alguna persona que impidió su publicación?

BC: No conocí los archivos originales del Diario del IV arzobispo de San Salvador que, como ya señalé, son cintas magnetofónicas las cuales ‒luego de su martirio‒ fueron transcritas. No voy a afirmar cosas que no son ciertas; repito: yo no escuché esas grabaciones. Pero quien habla al respecto es Rodolfo Cardenal, otro jesuita, en un texto titulado “En fidelidad al Evangelio y al pueblo salvadoreño. El diario pastoral de Mons. Oscar A. Romero”.

Cardenal advierte que contó con dichas “grabaciones hechas por Monseñor que comienzan el 31 de marzo de 1978 y concluyen el 20 de marzo de 1980, cuatro días antes del asesinato. No se han encontrado aún, si es que existen, las grabaciones de los primeros 13 meses de su arzobispado. En el diario no hay indicios de que existiera esta primera parte que falta. Por otro lado, el diario tiene una laguna de tres meses (3 de julio a 1 de octubre de 1978) porque Monseñor no grabó. Así, pues, la novedad de estas páginas radica en esta fuente privilegiada, a la cual hasta ahora muy pocas personas han tenido acceso”.

Más adelante, Rodolfo señala que este documento “contiene material muy valioso para rechazar las acusaciones más comunes de sus enemigos y detractores han lanzado en contra, tratando de desprestigiar su memoria. Monseñor Romero quiso ser el pastor todos los salvadoreños, pero siempre fiel al evangelio y al pueblo salvadoreño. Por eso luchó por eso se entregó hasta las últimas consecuencias. En este sentido, el diario es una gran defensa de su actuación y lo presenta bajo una nueva luz, más claro y más grande”.

SM.¿Cree que a estas alturas aún existen datos negativos sobre Romero que no han salido a la luz?

BC: Aquel que contradiga su historial o que denigre a Romero a estas alturas, que tenga el valor de demostrarlo y de aclarar cuál fue el motivo o los motivos para callar durante tanto tiempo.



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